A diferencia de las relaciones sociales, como lo son amigos y pareja, el ser humano no puede elegir a su familia más bien somos seleccionados al azar por ésta y no la podemos cambiar. Puede ser que tengamos suerte de contar con una familia bien estructurada y emocionalmente sana o por el contrario, desestructurada emocional y afectivamente. Si en este grupo de personas los adultos comparten sus valores, tienen un objetivo en común y cuentan con la madurez emocional necesaria para adaptarse a las crisis que impone la vida, será una familia estructurada y sana. Por el contrario, si no hay un sistema parental emocionalmente fuerte y estructurado esto se verá reflejado en los menores y estaremos ante una familia que llamaremos “tóxica”.
En las familias tóxicas, generalmente, no hay vínculos afectivos reales entre padres e hijos lo que impide la creación de un núcleo familiar sano y estable. Debemos entender que para un niño, sus padres y personas mayores son su referente y de ellos espera afecto y seguridad, pero cuando esto no se da se desarrollan como personas inseguras, de baja autoestima y generalmente llenas de miedos. La falta de empatía propia de este estilo de familias instaura heridas en los niños que, si no se revierten a tiempo, tendrá implicaciones tanto en la personalidad del niño como en su forma de relacionarse. Así, se irán creando estructuras defensivas y disfunsionales que lo acompañarán durante todo su desarrollo emocional hasta quedar finalmente impresa en su vida adulta como una organización patológica de la personalidad.
Como seres humanos una de nuestras necesidades más básicas es la de crear vínculos afectivos y el establecimiento de estos empieza desde antes de nuestro nacimiento, pues en el proceso de gestación se genera un vínculo con la madre y éste se nutre y se fortalece después del parto, a través de las caricias, miradas y protección que el niño recibe y que le permitirá, posteriormente, en la adultez, tener los recursos personales para vincularse equlibradamente. En cambio, si lo que privó en la experiencia del niño fue agresividad, incomprensión, indiferencia y desencuentro con el otro, su manera de establecer vínculos estará determinada por el miedo y la desconfiaza, repitiendo relaciones destructivas.
Las familias tóxicas se basan en un estilo de apego inseguro o desorganizado donde la manipulación emocional será una de sus características principales, estableciendo un efecto dañino y asfixiante en la interacción de sus miembros. Los padres (uno de ellos o ambos) suelen enfocarse en sus propios objetivo y utilizan a sus hijos para alcanzarlos. Estos progenitores no toman en cuenta las necesidades ni la voluntad de los niños, llegando a extremos como maltrato y abandono por la búsqueda de sus anhelos personales.
El victimismo y la manipulación dentro de este sistema familiar son las herramientas preferidas por los adultos, mientras que los niños desarrollan la creencia de que tienen la obligación de atender las demandas de sus padres y que deben hacerlo sin argumentar ni discutir. Se siembra en los hijos un temor al abandono y una necesidad de afecto y reconocimiento tan fuerte, que llegan a sacrificarse a sí mismos en pro de salvar y mantener la relación con sus progenitores. Es en estos casos donde se observa con mucha frecuencia una reversión de roles entre padres e hijos, se les adjudica un rol parental a los hijos, desde muy pequeños. Así, estos son capaces de dejar de lado sus necesidades propias para enfocarse en las demandas de sus padres con tal de tener su atención.
Una de las constantes en este tipo de familias es que su estilo de comunicación es muy disfunsional. Con mucha frecuencia se envían mensajes incongruentes, es decir, el padre comunica un mensaje verbalmente pero acompaña con gestos y actitudes que dicen lo contrario. Por ejemplo, cuando dice que no está triste, pero tiene los ojos hinchados por haber llorado. De esta forma se evita hablar de frente sobre los temas o situaciones que viven mas no se enfrentan, lo que va creando un cúmulo de malestar que en determinado momento puede salir en forma de estallido aflorando el miedo, el resentimiento, la sensación de culpa y la frustración acumulada desde la más temprana infancia. Se trata de fuertes heridas emocionales, en muchos casos graves y profundas que se terminan transmitiendo de generación en generación.
Es muy importante aprender a frenar las relaciones tóxicas dentro de la familia. No se puede “romper” con ellas como sí se puede hacer con amistades o parejas. Sin embargo, existen técnicas para establecer límites en esas relaciones que tanto daño nos han hecho y sobre todo evitar continuarlas.
Existen personas tóxicas dentro y fuera de la familia, en cualquier contexto. Saber esto es un primer paso para identificarlas y portegerse de ellas. Tomar el control de sí mismo permite evitar, en gran medida, caer en los errores que comitieron aquellos que en su momento estuvieron a cargo de nuestro cuidado y seguridad. No se puede cambiar la historia ni se puede cambiar a las otras personas, pero tomar desiciones asertivas permitirá formar un hogar donde el amor, el respeto y las relaciones sanas sean la base. En la medida en que se pueda aceptar la propia historia y dejarla en el pasado, se podrá transformar el futuro hacia una mejor calidad de vida.
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