Esta teoría hace énfasis en la importancia de las relaciones de objeto (interpersonales) sanas y estables. Se basa en una representación mental de sí mismo y de los demás, que se desarrolla en la infancia, como resultado de las interacciones temprana del bebé con sus cuidadores y presumiblemente se mantienen bastante constantes a lo largo de la vida.
Un niño cuya relación temprana con su cuidador fue emocionalmente distante o conflictiva, será más propenso a desarrollar representaciones inestables y distorsionadas de sí mismo y de los otros y a experimentar dificultades en las relaciones interpersonales a lo largo de la vida.
Se integran conceptos partiendo de una manera particular de concebir la organización psíquica humana, el comportamiento y las relaciones interpersonales, que son la esencia de esta teoría. Bajo esta perspectiva, en la clínica, el terapeuta busca los tipos de conflictos del desarrollo a medida que aparecen en la relación terapéutica. Ellos serán utilizados para que el paciente logre comprenderse a sí mismo y comprender cómo se ubica en el mundo.
Tal como lo describió la Psicoanalista Althea J. Horner (1989), “La resolución exitosa de las tareas evolutivas de los primeros años de vida da por resultado un sentimiento de poder intrínseco”. Este poder es definido en términos de identidad (yo soy), competencia (yo puedo) e intencionalidad (yo quiero). Con un sentimiento de poder intrínseco saludable, el individuo estará bien equipado para enfrentar los retos a la que la vida le enfrente.
El modelo sistémico postula que los problemas psicológicos no se pueden localizar ni aislar en un individuo, ni tratarse como se tratan algunas enfermedades físicas. Este modelo toma como punto de partida y meta la relación de la persona con su entorno, y toma como modelo teórico a la “Teoría General de los Sistemas”, la cual afirma que el universo está compuesto por elementos que se interrelacionan entre sí, constituyendo los sistemas. Al aplicar dicha teoría al área de la Terapia Familiar Sistémica, se entiende que el individuo nunca es un ser aislado, sino familiar donde la familia constituye un sistema formado por sus miembros en contínua relación, interacción e interdependencia y que actúa y se relaciona como una totalidad, con el exterior.
La herramienta de esta terapia consiste en modificar el presente, no en explorar e interpretar el pasado. El pasado influyó en la creación de la organización y funcionamiento actual de la familia; por tanto, se manifiesta en el presente y por tanto podrá cambiar a través de manifestaciones en el presente. Este modelo ampliamente utilizado en terapia familiar y terapia de pareja, observa los fenómenos de manera circular y multicausal y así, la visión circular de los problemas está marcada por cómo el comportamiento de un individuo influye en las acciones de otro, que por su parte influye también en el primero.
Este estilo de terapia se caracteriza por ser un enfoque de solución de problemas práctico más que analítico y no importa tanto el diagnóstico de quién es el enfermo o de quién tiene el problema, sino que se centra en identificar los patrones disfuncionales dentro del comportamiento del grupo de personas (familia, pareja, colaboradores, etc.) para así redirigir y redefinir los síntomas hacia el sistema como un todo.
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