Cuando pensamos en la madre, lo más seguro es que nos trasladamos al rol de una figura entregada y que responde a necesidades biológicas de supervivencia para un recién nacido. Efectivamente, dentro de sus funciones conseguimos la de ofrecer contención para reconfortar y cuidar, pero no son las únicas, así como la relación no depende exclusivamente de ellas.
Al nacer, la madre es de las primeras personas en entrar en contacto con el bebé. Desde ese momento se genera una relación minada de pequeños códigos entre los dos. Sin embargo, su rol va mucho más allá de lo meramente biológico (aunque no deja de ser importante). Porque la conexión que tiene un bebé con su madre es algo que sobrepasa la simple posibilidad de brindarle cobijo, pues también se trata de los intercambios simbólicos que puedan darse entre ambos.
Dentro de este proceso de intercambio debemos recordar que, lo verdaderamente importante está en el impacto que tiene a nivel psíquico la crianza. Por esa razón, entendemos que la figura de la madre (así como también podría suceder con el padre) no tiene necesariamente que ver con un sexo en particular y tampoco con el vínculo biológico.
En ese sentido, entendemos cómo hoy en día existen diferentes formas de concebir a la familia y que no necesariamente responden a la estructura tradicional. Pasa a ser relevante, entonces, la manera en la que se ejecuta la función materna.
Lo verdaderamente importante es lo que esta figura logra hacer sentir al bebé, proporcionándole una sensación de protección y de ubicarse en un entorno que le brinde lo que necesita en términos de cuidado. En ese sentido, no deberíamos fijarnos tanto en quién desempeña la función, sino, más bien, en cómo la desempeña para brindar estas sensaciones y responder a las necesidades básicas para su desarrollo.
Tomando en cuenta lo anterior, sería un error pensar que la relación entre una madre y un recién nacido solo surge por el vínculo biológico, pues son muchos otros los aspectos que fortalecen el vínculo y que no responden únicamente a ese tipo de parentesco: la voz, el contacto, las miradas, los gestos. Todas son sensaciones que despiertan algo en el bebé y que van sumándose para generar esos códigos que pasan a ser tan simbólicos para el desarrollo del bebé.
Al final, lo más importante es que el niño cuente con una figura que encarne la función de la madre de una forma que le ayude a desarrollarse y lograr su supervivencia. Como se ha dicho, este rol no es exclusivo de una persona o sexo, sino de quien tenga la capacidad de brindar cobijo y protección en el proceso.
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